Natural de "El Cid" |
No le he preguntado nunca al Cid ni a su apoderado Santi Ellauri si le va esa marcha literaria del Poema de su homónimo. Pero, hijo, lees cada crónica del Cid que parece que la ha escrito don Ramón Menéndez Pidal en persona, ¿a que sí, querido Andrés Amorós? Algo de esa marcha cidiana tiene que irle al hondo y honrado torero de Salteras. Si no, no le hubiera puesto Rodrigo al menor de sus dos niños, que ahora tiene tres años. Afortunadamente el mayor, de cinco, es también un niño, y es Manuel, como el padre. ¿Se imaginan que hubiera sido una niña y le hubiera puesto Jimena? Aunque Doña Jimena suene a turrón para los iletrados, para los cultos es pura cabalgada de Vivar «pora Burgos adeliñado».
Tras un temporadón, esta tarde, en la plaza de los toros de Sevilla, Manuel Jesús El Cid mano a mano con quien, hablando de nombres, se llama como el muy sabio traumatólogo de la jefa de mi Casa Civil: Daniel Luque. Digo lo del temporadón del Cid porque por la primavera estaba Manuel todavía buscándose, como Quevedo a Roma en Roma y él a sí mismo en las últimas temporadas, y más tras la muerte de su padre. Pero en cuanto rompieron las calores del verano, El Cid se encontró finalmente. Perdido y hallado, pero sin templo, sin Niño y sin doctores. No sólo ha cuajado toros memorables en Murcia, en Logroño, en Guadalajara, en Dax, en Salamanca, sino que ha culminado un temporadón, que lo coloca en la «pole position» del toreo para el año que viene. Para alivio de metáforas de los cronistas, El Cid cabalga de nuevo, y por un camino sevillanísimo: el de las sustituciones, como Curro con Mondeño cuando su debú. Muchos de sus grandes toros de esta temporada los ha cuajado El Cid en carteles donde sustituía a Cayetano, a Manzanares, a Perera. Esas sustituciones le han devuelto su sitio. El que había perdido. El Cid ha vuelto a su toreo evangélico: «que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda»... porque se volvería loca con esos naturales.
Retorno a lo inicial de Mío Cid porque a Manuel Jesús le ha pasado como al Campeador, que ganaba batallas después de muerto. Todas las batallas de este verano, las del pundonor y el arte, las ha ganado El Cid después de muerto. Sí, los enterados (e incluso algunos entendidos) lo habían dado por muerto. ¿Qué digo por muerto? Por enterrado y con siete palmos de tierra y cuarenta matas de jaramago encima. ¡Ea, pues ahí tienen al que estaba muerto, carnes mías, ganando batalla tras batalla después de que, según ustedes, la hubiera palmado en el toreo! Ojalá esta tarde le metan la cara por lo menos dos toros, que aquello de los Victorinos en Bilbao va a ser nada al lado de este Cid ganando en Sevilla la batalla de Alcurrucén después de muerto. Como cantaba Peret: que no estaba muerto, no, no, que estaba tocando pelo... "
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