El añito que llevamos con la Ruina Negra y otras actualidades ha hecho que el análisis prometido sobre la temporada pasada se haya ido retrasando. Cuando el adorno de Fígaro hablamos sobre los toros. Con el de El Escalafón lo hicimos sobre los toreros. Hoy reanudamos el analisis hablando un poco sobre los aficionados.
Cada vez hay menos festejos. La caída, imparable, tiene un cúmulo de factores entre los que no hay que desdeñar la crisis que azota la economía. Pero hay más tela en la trastienda. No podemos obviar la monotonía del espectáculo que se ofrece. Es más de tanto hablar, y buscar, la dimensión de espectáculo se han orillado otras caras del poliedro que es la tauromaquia. La Tauromaquia, entre otras cosas es: Mitología, Agricultura, Técnica, Picaresca, Empleo, Colorido, Arte, Zootecnia, Relaciones humanas, Literatura, Economía, Tertulias, Crianza, Ilusión expectante, Diversión, Rito, Pasión, lucha, inevitable confrontación entre la vida y la muerte, .....
Casi nada se habla de los elementos anteriores. Si acaso tangencialmente. Ello provoca un empobrecimiento conceptual que rema en dirección contraria a la de crear interés por la cosa. Así es complicado hacer nuevos adeptos. Sólo los aficionados acuden. Pero ¿quién es aficionado? ¿Quién da el carnet de pertenecer a tan selecta clase de espectador.
El DRAE define aficionado en su tercera acepción de la siguiente guisa: Que siente afición por un espectáculo y asiste frecuentemente a él. Según esa definición es aficionado todo aquel que acude más o menos regularmente a los toros. ¿Qué hacemos entonces con la sempiterna distinción entre público y aficionado? A lo mejor la cosa se solventa con el adjetivo de bueno. “Fulanito de copas es buen aficionado...”
Es cierto que a los toreros les ha importado mucho el público (“Los aficionados caben en una berlina” dicen que llegó a decir Manuel Caracol, el del bulto, mozo espada que fue de José Gomez Ortega “Gallito”) porque son los que llenan las plazas y hacen subir o bajar el caché. Los aficionados por el contrario son más exigentes, pero suelen ser más calladitos. Que no es preciso ponerse ultraexogente para ser reconocido como tal. No hay que estar toda la tarde gritando “cojo, cojo” “pico, pico” “fuera, fuera” para que a uno lo distingan con tan honorable calificación.
De siempre se ha dicho que el mejor aficionado es aquel a quien más toreros entran en la cabeza, debemos concluir que lo será quien sea capaz de analizar lo hecho en función de la res que el espada tenía delante, quien va “sin conceptos” a la plaza para sorprenderse cada tarde, quien sabe que a un toro con tendencia a irse hay que citarlo con la muleta un tanto dobladita, quien sabe distinguir a qué res hay que torear en los medios, en el tercio o dándole los adentros, ¿por qué no se enseña eso en las escuelas taurinas?.
El personal que se ve en los tendidos cada vez tiene mayor edad media y va mejor vestido. Eso es que a los aficionados sin posibles lo estamos echando y a los jóvenes no los atraemos. A lo mejor estamos dando algo que no interesa. Y a precio de ultramaravilla.
Por último una reflexión: Con la Maestranza llena de aficionados ¿se hubiera indultado el toro de Nuñez del Cuvillo? En su dia el Maestro D. Antonio Ordoñez mal soportó que en San Sebastián “El Cordobés” pusiera el no hay billetes y al dia siguiente él solo algo más de media plaza. Poco después anunció su retirada.
Los dos, publico y aficionado, son imprescindibles en la Tauromaquia. Los dos caben. Pero que no les den gato por liebre.
*Luis Garcia Caviedes, Psicoanalista, escritor y aficionado de Sevilla.
1 comentario:
Pues así es. Buen post. Saludos cordiales
Publicar un comentario