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sábado, 20 de agosto de 2016

La fiesta; claves para entender una pantomima*

La fiesta está exangüe, porque se desangra a chorros por sus múltiples heridas. Las taquillas se vacían, pero no únicamente por la crisis económica. La verdadera crisis de la fiesta es interna y anterior a la económica. Los públicos se aburren, no encuentran emoción en el ruedo y la oferta de ocio actual es muy variada, y el divertimento, especialmente para los jóvenes, puede encontrarse en muchas actividades a precios más asequibles. En Málaga, como en otras plazas del ruedo ibérico, los aficionados huyen despavoridos y el que se acerca por primera vez a los tendidos, además de sufrir la dureza de su piedra y el calor sofocante, no encuentra ningún aliciente para volver. Aburridos, tras tandas insoportables de muletazos, los públicos no encuentran motivos para profundizar en el conocimiento de la tauromaquia, ni van quedando buenos aficionados para ilustrarles, por lo que se dedican a sacar el mocador para pedir la oreja para, así al menos, salir de la plaza justificando el dinero tirado para padecer un petardo soporífero. 
Al toro, principal protagonista de la fiesta, se le ha quitado la presencia, la casta y la bravura, que son la esencia del espectáculo. El toro, ese animal totémico que para el aficionado representa los valores de la bravura, fuerza, nobleza y sinceridad, lo han capidisminuido. Los ganaderos se han doblegado a las exigencias de los taurinos (toreros, apoderados, empresarios, etc), permitiendo que el toro que crían se haya convertido en un sucedáneo del toro de lidia. A todo esto, antaño se podía leer en los carteles de toros aquello de seis escogidos toros, ahora debe añadirse seis escogidos toros por los toreros. ¡Ver para creer! 
También la pasividad ante el fraude es la norma general. El afeitado, práctica perversa que distorsiona la capacidad de defensa y ataque del toro, se ha convertido en un fraude aceptado por todos, pasándose de negar su existencia a, incluso justificarla, aceptándola con toda naturalidad por el público y por la mayor parte de la crítica. La “autoridad”, que es la que puede dar categoría a un coso taurino, no defiende los intereses del que pasa por taquilla, ni la integridad y pureza del espectáculo, doblegándose a las exigencias de toreros, apoderados y empresarios en los corrales. Se ha impuesto la monotonía y la vulgaridad en los toreros. Faenas anodinas, fabricadas en serie, sin personalidad. La “monofaena” y el ventajismo se han hecho dueños de los ruedos. La emoción y la autenticidad del toreo brillan por su ausencia. La fiesta de ha transformado en una pantomima, una farsa, un soporífero y denigrante espectáculo que revuelve las tripas del aficionado. 
¿Para qué hacen falta los movimientos antitaurinos con este entramado y estas figuras? ¿Dónde está la dignidad de las llamadas figuras, como, por ejemplo, Morante ayer en Málaga? ¿Dónde su vergüenza torera que no les impide mofarse de quienes los mantienen en sus pedestales? Porque si importante es la forma, más grave es el fondo: el desprecio más absoluto a los espectadores. 
¡Qué desolación y qué abandono…! ¡Qué penosa realidad la de esta fiesta, despreciada por casi todos y manipulada para el enriquecimiento y la gloria de unos pocos…! ¡Qué tristeza que el Gobierno andaluz ampare las presiones de quienes se empeñan en desacreditarla con imposiciones que llevan implícito un vil atropello…!” Todo parece consumado en este valle de lágrimas que es La Malagueta, una plaza a la que ninguno de los empresarios que ha pasado por ella, después de Martín Gálvez, le ha pillado el tranquillo. 
Hoy con pena y rabia, me manifiesto públicamente como activo beligerante antitaurino, en respuesta a esta fiesta capidisminuida, a esta tauromaquia 2.0 del choto borreguil que da pena, y del destoreo postmoderno, donde la verdad y la emoción han dado paso al engaño y la superficialidad. Y acabo con estas palabras de Antolín Castro.
Si hay algo de lo que nadie puede dudar a estas alturas (excepto gran parte de los que viven o se aprovechan de ella) es que la Fiesta necesita de un rescate. Necesidad a la que nos vemos abocados por culpa de la mala praxis y muy dudosa gestión a la que se ha visto sometida en los últimos tiempos. Esos tiempos solo han sido buenos para las llamadas figuras, para algunos ganaduros, he dicho ganaduros a conciencia, y unos cuantos empresarios que se las han ingeniado para hacer capital a costa de que la Fiesta pierda casi todas sus señas de identidad. No conformes con ganar un dinero importante, algunas de las estrellas de este montaje se enfadan porque quedan críticos que hacen lo que deben, crítica. Se cabrean, y mucho, por no reírles las gracias y la sucesión de monerías que les hacen al toro borrego y al inválido. Y curiosamente, ellos sí se ponen a hacer de críticos de quienes les critican. 
Seguirán cantándoselo los del pesebre, (pobres ellos que viven de las migajas de esa ruina) pero no se lo pueden cantar los críticos independientes y los aficionados comprometidos, de los que cada vez quedan menos. Cada palo que aguante su vela, dice el refrán popular, y la de esos críticos es la de la decencia a la hora de enjuiciar lo que pasa en los ruedos y fuera de ellos. La de los toreros debería ser hacer, y mostrar, la Fiesta en plenitud, épica y grandiosa que conocimos. Algunos, todavía, lo hacen y es a ellos a quienes hay que alentar y apoyar. 

*Artículo de José Manuel Pastor, médico y aficionado de Málaga.
 

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